Bosch, la vida, la muerte y comerse a sí mismo

El jardín de las delicias, detalle
Asumimos (y no es que esté mal pero está bueno ampliar la información) que la vida, esa condición que usufructuamos, depende de sí, es vida en sí misma. Más allá de aquella vieja sonata freudiana de impulsos entre el Tánatos (pulsión de muerte y destrucción) y el Eros (pulsión de vida y creación) la biología explica que la vida es posible gracias a la autofagia y la apoptosis. Estos dos procedimientos (la autoconsumición y la muerte programada) permiten que la vida se prolongue y desarrolle correctamente. Detalles no menores como el desarrollo de manos en los embriones requieren que las células de las membranas intermedias inicien un proceso apoptótico para que los dedos puedan separarse. Del mismo modo, la autofagia celular remueve proteínas antiguas que se tornan obsoletas o están dañadas; este procedimiento se relaciona con la prevención de enfermedades degenerativas que hasta hoy carecen de información suficiente como para permitirnos desarrollar curas apropiadas.
De tal modo, lo que entendemos con todo esto es que parte de la vida depende de comernos a nosotros mismos y de la muerte programada de las partes (que en este caso no necesariamente determina la muerte del todo, de hecho casi nunca lo hace). Es un jardín de las delicias biológico de boschiana complejidad, capaz de marearnos al primer intento de adentrarnos en los sinuosos pasillos de ese bosque diverso que es la vida. Nada termina de ser, todo resume un poco del resto. La identidad es aquello que por convicción decidimos creer, el resto es un aleph enmarañado de cosas no susceptibles a las calificaciones que solemos darles. Lo vivo va muriendo.  

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