Pojdel y la muerte del autor

En otro de sus textos, Pojdel embiste de frente contra la educación como modo de violencia. Anticipándose a lo que autores postreros (como Pierre Bourdieu) visualizaron como un problema erróneamente atribuido al S XX, Pojdel determinó que toda intervención de la cultura en el hombre no significa sino un modo de agresión a la naturaleza humana (suponiendo que tal cosa exista).
"Conforme Guttemberg crea hacia 1440 la Imprenta, los Estados adquieren una artefacto de dominio de masas hasta entonces inexistente. No pasaron 150 años para que los Estados más vanguardistas de la época comiencen a regular normas de educación pública y obligatoria para toda su población. Estas normas hoy en apariencia útiles no eran sino la expresión de cómo los métodos de control social obtuvieron desarrollo durante esas épocas. Algo que ha de ser beneficioso para todos no encuentra razón al tiempo de revestir un carácter de sometiemiento hacia su supuesto beneficiario."
El punto de Pojdel es claro y conciso, no deberían obligarnos a recibir algo que supuestamente es bueno, si el Estado nos obliga a aceptar un servicio que aparentemente nos conviene es porque como entidad posee algún interés ajeno a nosotros en que tengamos ese "beneficio". Sergio Osta, traductor de Pojdel, hace un apunte durante su traducción de este texto llamado "201111" ("20 de noviembre de 1911" abreviado, se presume) en el que asocia los conceptos de violencia, educación y política para entender en Srce Pojdel a un precursor de lo que luego el Gobierno Nazi  llevó adelante como Política de Estado. Los comentarios de Osta pueden parecer poco elaborados pero forman parte del texto y no debemos obviarlos.
"Me parece muy sospechoso que el Estado nos obligue a recibir algo que además de beneficioso es gratuito", dispara Pojdel. "Asumo que la creación de cuentos identitarios (esto es, historias comunes que edifiquen un mínimo de conocimiento asimilable desde la más tierna edad a todos los habitantes de un mismo territorio) con personajes claramente delineados como "Buenos" o "Malos", con "Próceres" impolutos y "Villanos" en todo sentido de la palabra, es algo propio de las funciones que una Escuela debe tener, pero esta condición de unificador social ha servido para imponer otra serie de valores, vinculados muchas veces al empleo de medios de consumo", y el entramado inicial se va afinando, Srce va llegando a donde desea hacerlo con su incisiva reflexión, "los Estados convirtieron la lecto-escritura en algo obligatorio para poder fabricar clientes para la industria que ellos mismos promovieron, la industria bibliográfica, leer o escribir libros es ante todo un negocio, no nos dejemos mentir por los poetas, no nos dejemos mentir por aquellos que nos quieren hacer creer que fuimos ungidos con una bendición, somos parte de un gran comercio, que no siempre se paga con dinero sino que a menudo busca una paga vinculada con el autoestima del autor". Pojdel vuelve a adelantarse a su tiempo, prácticamente desde su paradójico escrito nos suplica que abandonemos toda pretensión lectora. Su advertencia sobre los poetas puede hacerse extensa a cualquier romántico que vea en los mecanismos de control mecanismos de liberación, Pojdel reclama a gritos por la abolición de las letras, las padece y reproduce, y busca exterminarlas desde dentro. Y nos deja claro que su problema no es con el control social en sí, "la utilización de medios de control social no se asemeja bajo ningún concepto a un crimen, el control social ante todo controla algo que los propios humanos no saben utilizar: su libertad. El control social solamente restringe las libertades individuales ¿cuál es el escándalo? Ciertamente encuentro pocas dificultades de la restricción de algo sin utilidad práctica". El problema de Pojdel parece ser con la industria bibliográfica y con la eventualidad de que un Estado controle a sus habitantes. Este texto, encontrado entre las páginas de un cuadernillo en blanco en la que supo ser su casa en Ostrava, se termina de comprender con su última oración: "poner firma a esto sería una irónica jactancia indebida, un inoperante ejercicio de altanería intelectual que no merezco, ya que en tanto simple orfebre no soy sino un ser humano ante todo enojado con su creación". Ya dijo Fernando Pessoa que su concepto de la muerte del autor estaba ligado "a la necesaria lectura de un autor checo cuyo nombre, en honor a su más interna voluntad, fingiré haber olvidado". 

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