Carta a Onetti

Don´t Be a writer, Be writting

William Faulkner

Sr J. C. Onetti,


Le redacto estas líneas en mi carácter de representante de mi pueblo, habitante de mi tierra. No ofendido pero sí apesadumbrado por la sombra que usted ha dejado sobre mi querida ciudad de Santa María, a la que ha tenido por bien dedicar tantas horas de sesuda aunque no muy elogiosa escritura. Y es justamente está última cuestión la que me ocupa, pues su escritura, ciertamente vertical en cuanto a las descripciones sobre mi hermosa aunque imperfecta (claro está) ciudad, nos ha generado algunos problemas de imagen, que aún después de tantos años persisten injuriosamente sobre cada esquina santa, sobre cada María que habita aquí.
En caso de que mi planteo no sea claro me voy a esmerar en ser específico a pesar de mi impericia como escritor, torpeza que espero sepa comprender pues no todos poseemos el don de esa prosa fluida y sinuosa que usted bien cultivó, mal que me pese.
Usted dedicó buena parte de lo que lleva escrito a mi ciudad, en novelas como La vida breve, El astillero y Juntacadáveres, diseñó lo que vendría a ser una trilogía de Santa María, y mi intención es la de hacer un breve pero intenso contrapunto sobre alguno de los hechos y personajes que describe. Entenderá que mi condición de Santamariense me exige este gesto, que ha venido siendo ignorado por mis correligionarios pero se impone como una apología necesaria para limpiar un poco la no muy favorable identidad que usted con su infatuación por Santa María describió en su trilogía.
El aislamiento en que vivimos actualmente me impide conocer si los rumores de su muerte son reales o como diría Mark Twain, exagerados, sea como sea dirijo esta carta ante usted con el mayor de los respetos.
Santa María es una ciudad llena de vida y expectativas, no es un sitio donde el tiempo "en lugar de avanzar, da vueltas sobre sí mismo y se muerde la cola”, como dijo un tal Mario Vargas Llosa (alguien sin relevancia, tampoco hablamos de un candidato siquiera al Nóbel...) seguramente alentado por sus descripciones, que están sesgadas y son de lo poco que sabemos existe sobre nuestro hermoso pueblo en materia de Literatura, lamentablemente.
Déjeme decirle, Sr Onetti, que a pesar de su limitada fama (que tampoco es tanta, pues las letradas autoridades militares de su país lo desconocen según he sabido...) yo no pienso dejar que sus palabras pinten a Santa María como un sitio empantanado, lleno de burdeles (hay una cantidad justa y coherente de ellos), mala vida y estancamiento social. Si bien asumo que puede ser que alguien malentienda nuestra extrema unión como pueblo y cohesión interna como cierto grado de aislamiento, me veo en la necesidad de refutar dicha hipótesis, los habitantes de Santa María somos tan abiertos al mundo como los de cualquier otra ciudad. Si no estamos muy al tanto de las novedades en cuanto a cultura y noticias no es porque no deseemos hacerlo, más bien hemos sido marginados, y no dubitaré en decir que su famosa trilogía ha contribuido a esa marginación. Nadie ya nos informa sobre cosas elementales como pueden ser los escritores promisorios o las novedades de política internacional, Santa María no es un paréntesis en el planeta, Santa María ha sido forzada a vivir en el ostracismo, y eso claramente no es lo mismo.
Su novela Juntacadáveres (1964) tiene la solvencia de quien escribe con un espejo, se entrecruzan claramente las características de sus personajes generando antitesis constantes, y de esa búsqueda de antítesis que usted realizó es que surge, desde mi humilde punto de vista, la errónea imagen de nuestro pueblo. Describe la estación de trenes de Santa María como “deshabitada” y al pueblo como “alicaído”, por sólo mencionar un (1) adjetivo. Yo dudo que usted haya estado alguna vez en esa estación de trenes, ¿sabe? Dudo que la conozca. Y lo hago porque nadie que haya estado en la estación ignoraría el enorme reloj (casi un Bic Ben sudamericano, le diré) que hay en el centro de la misma. Es cierto que el reloj hace decenios que no funciona y que está bastante venido a menos pero aún así es enorme, y usted omite mencionarlo. Aparte, el hecho es que los pocos pero fieles habitantes de Santa María viven tan cómodos en nuestra ciudad que no tienen voluntad alguna de abordar un tren y abandonarla, como suele suceder en las supuestas ciudades hermosas desde las que usted ha de escribir. Asumo que generó esa imagen de Santa María porque se vio en la obligación de crear relaciones simétricas que se contrapongan entre espacios disímiles, para dotar de ese modo de cierta coherencia interna sus libros.
Su sentido del absurdo existencial es ciertamente compartible, pero noto una obsesión religiosa trasuntando algunas cuestiones de su obra. Tal vez llevar las pesadas iníciales de JesuCristo lo ha marcado a usted como para no poder obviar estas cuestiones. Iníciales que no quiero dejar de mencionar, usted utiliza para dar nombre a Junta Cadáveres, el apodo de su personaje, ciertamente opuesto a Jesucristo en tanto proxeneta. Así como Dios creó el Edén y a Eva, usted hace que Larssen quiera crear un Paraíso de lo impío, puesto que este nuevo Dios es un proxeneta y Eva su empleada, digamos para mantener las formas. Esa reinvención (opuesta) del cielo en la tierra es la cruz que hoy Santa María lleva. Su escritura es de un excesivo virtuosismo, usted parece escribir soñando y destruyendo su propio sueño. Pero eso no me enceguece y puedo percibir que sus escritos se vinculan de un modo mucho más frecuente, con las teorías lacanianas del sujeto y la representación, que señalan la incompletud como pulsión. Sus escritos se relacionan con la noción de signo que hace una distinción entre experiencia y representación, eso que Lacan llama “el Objeto A”, un coeficiente de experiencia que no puede ser expresado nunca por el lenguaje y permanece latente, como impulso cuestionador en la psiquis humana. El signo se revela, así, como un artefacto generado a partir de procedimientos artificiales y no naturales. Artefacto con el cual se crean mundos, esos mundos que crearon sus personajes para huir y aislarse, apartados como usted (erróneamente, insisto pues es mi deber) considera a Santa María. De hecho, en El astillero (1961), donde usted describe la decadencia de un ya de por sí decadente Junta Larssen y su posterior muerte puede percibirse cómo traslada características del personaje a la ciudad, que no tiene culpa de lo que sucede al atormentado personaje. Su uso de frases largas y complejas, sus descripciones anudadas, abnegadas de figuras poéticas que requieren de una elaboración lógica por parte del lector, crean una narrativa en la cual el lector tiene que leer sin apurarse: una velocidad extrema haría al texto inasequible, mientras que una muy detenida lo haría a uno hundirse en las arenas movedizas. Este tipo de narrativa crea una sensación de extenuamiento en el texto mismo pero no cansa. Ese extenuamiento va muy acorde con la situación narrada, y con la decadencia de los personajes; pero muy discorde (alejada de nuestro corazón) con Santa María, una ciudad que no se cansa, pues el movimiento de lo mismo no cansa, sólo es latido, reflejo. Santa María puede ser rutinaria, pero jamás está agotada, simplemente se repite, porque lo que está bien merece ser repetido, y Santa María está bien. Siento que en su afán de hacer un texto con sentido usted trasmitió características de sus personajes a mi querida ciudad, y siento que no somos merecedores de las mismas. Para un solipsista no confeso como usted quizá los sentimientos carecen de valor, pero no para mí, que trajino mi ciudad día a día, con la misma voluntad que mis huraños coterráneos. No son caprichos míos, a menudo se lo lee personalizando los objetos y sus características (“rodeado de las camisas a cuadros de los camioneros...”, por poner un ejemplo...) y en esa madeja de confusión de identidades es donde usted se mueve con más habilidad. De esa confusión surgen malentendidos como la imagen sombría que adjudica a Santa María, ciudad que lejos de ser sombría reluce en su bonhomía diaria, expresada en modo de serenidad y silencio. Tristes no son nuestros habitantes sino sus personajes, de hecho, el único personaje que ríe lo hace por locura: Angélica Inés, la hija de Jeremías Petrus, con una risa boba que más que agradar, asusta.
Es ciertamente penoso que siendo la novela un género aún no muy cultivado en nuestra lengua, usted llegue con sus metaficciones en las que incluye habitualmente sueños dentro de historias ficticias a manchar nuestro buen nombre. Su desencanto político se presenta a cada instante, tanto como ese nihilismo tan onettiano, si me permite adjetivar usando su apellido, cosa que no creo que alguien haya hecho antes.
Para ir cerrando, estimado Sr. Onetti, ahondaré en una cuestión que ya introduje cuando mencioné la estación de tren de Santa María. Usted escribe con una marcada preferencia por lo que se llama narración homodiegética, si seguimos a Gérard Genette, donde se presenta no sólo como testigo de la acción, sino que abandona toda vocación decisoria para terminar protagonizando un yo dubitativo, que se llena de cuestionamientos y parece considerar las preguntas como una entidad superior a sus respuestas. No es un justamente un personaje heroico el que representa, sino que introduce un punto de vista con el cual la “relatividad” forma parte de la obra, siendo la forma de contar la historia tan importante como la historia misma. Todas esas características que enlentecen el relato enlentecen también a Santa María, como le comenté. Y he llegado a creer que tienen que ver no con su voluntad de “hablar mal de Santa María”, sino con una suerte de narrador patológico que se apodera de usted cada vez que se pone a escribir. Esos personajes soñadores al punto del autismo, esos vivientes de minuciosas fantasías con descripciones forenses, silencios ominosos y apologistas de la ausencia, no son sino partes de su ser, tomando forma y nombre: Juan Carlos, Junta Cadáveres y JesuCristo se desdoblan por toda su obra. Y siento que nos echa la culpa de lo que usted padece, por así decirlo. Su yo se le va filtrando, como en “una tumba bajo la cual se filtra la pertinaz lluvia”. Su rigurosa arquitectura literaria apenas puede ser disimulada pero está tugurizada por su propia forma de ser, el propósito de deformación de lo real mediante el relato reflexivo con reminiscencias existencialistas a Jean Paul Sartre es deliberado y explícito. No sólo cada obra tiene una geografía propia (que me temo no pertenezca a mi Santa María sino a una Santa María alterna que usted imaginó), sino que la totalidad perteneciente a la obra actúa según leyes precisas de un “cosmos de propiedad”, como lo llamaba el “fundador” de Yoknapatwpha, William Faulkner. Pero Yoknapatwpha sólo existía en el delirio del autor, no como Santa María.
Yo creo que usted trasladó sin querer hacerlo, características suyas a mi ciudad, Erich Fromm mencionó que algunas personas sólo pueden ser libres únicamente en el sentido de que consiguen quedarse solos, aislados, y que se abruman por una inquietud y un insoportable sentimiento de dudas contradictorias. Soliloquios infernales, que erosionan como una gota cayendo sobre la frente de un condenado. Se sobrevive a eso con el recurso de fabricarse otras identidades, inventándose seudónimos, mintiéndose a sí mismo, imaginando otros seres a través de los cuales se pueda escapar de la realidad. Algo que vemos constantemente repetido en esta trilogía que tanto he mencionado. No es mi intención que usted se retracte de sus libros, Sr. Onetti, pues su prosa es tan atractiva que uno no puede más que sentirse elogiado en la crítica, muchos desearíamos poder alabar Santa María con las mismas palabras con que usted prácticamente la insulta. Pero tenga por bien, aunque sea en honor a la memoria de Juan María Brausen (a quien tanto mencionó en La vida breve), considerar el sentimiento herido de una habitante de esta hermosa ciudad, se lo digo como ciudadano y ya no como Gobernador de Santa María.

J. C. Brausen, Gobernador de Santa María


02/06/1994”

Comentarios

También podés leer