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Conocí en Bagdad a un espía occidental que me dijo sobre Múqtada al Sáder, el líder chií radical: "Tendríamos que haberlo matado al principio. Dejamos pasar la oportunidad. Después debimos haberle comprado un Mercedes. Ahora ya es tarde, ya no se le puede matar ni comprar". Era julio de 2003.

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